PRESENTACIÓN SEVILLA 30 MAYO A LAS 19:00 CASA DEL LIBRO

El próximo martes, 30 de mayo a las 19:00 horas, guárdate el hueco en la agenda para la presentación de Tel·lúric Arcanos de Akashia 1 en la casa del libro de calle Velázquez, 8 de Sevilla.

El evento tendrá lugar en la 4ª planta de la tienda (entras hasta el fondo de la tienda a la derecha y verás las escaleras y el ascensor).

Será presentado por el escritor y dramaturgo Miguel Palacios, donde se mantendrá una amena charla sobre la novela «sin spoilers» hasta conocer las historias, leyendas y mitologías que se esconden tras esta novela.

¡NO TE LO PIERDAS!

Recuerda, MARTES 30 DE MAYO A LAS 19:00, Casa del Libro de calle Velázquez en Sevilla.

FIRMA EN FERIA DEL LIBRO DE GRANADA (29 DE ABRIL 2023)

El próximo 29 de abril nos veremos en la caseta 61 de Ediciones Arcanas, en la feria del libro de Granada. De 18:00 a 19:30, poquito tiempo, pero con mucha ilusión.

La nueva versión de Tel·lúric editada por Ediciones Arcanas viene más renovada que nunca y con muchas ganas de ser descubierta por los lectores.

Nueva portada, nueva edición y nuevas sorpresas te esperan en esta renovada versión de la primera parte de Arcanos de Akashia, nombrada con Aserción.

¡Nos vemos por Granada!

¡No lo olvides! Sábado, 29 de Abril a las 18:00 horas en la caseta 61 de la Feria del Libro de Granada.

¡Te espero!

Nueva vida, nuevo comienzo

En ocasiones la realidad azota con fuerza y el golpe te deja tambaleando durante unos meses, incluso puede que esa sensación de hostia dogma pueda durar bastante más tiempo.

Me han golpeado, de esa forma que solo surge de lo imprevisto… ¿Imprevisto?, quizá lo tuviera merecido. Puede que mi cara aplaudida haya necesitado cada golpe.

Sí, he experimentado la sorna de una editorial que se camuflaba entre buenas palabras y ha acabado siendo una decepción absoluta. No hace falta que diga cuál es, podéis ver la versión lanzada en marzo de 2021 y tachar de vuestra lista esa pseudo-editorial.

Aunque hay esperanza, existe un nuevo camino por el que emprender una vereda que queda despejada. La autopublicación.

Reconozco que no era muy amigo de la idea de autopublicación, aunque viendo el mercado, siendo autor novel y observando todas las posibilidades que tenía a mi alcance acabé pensando que una autopublicación de calidad era la mejor manera para adentrarme, de nuevo, en el mercado editorial.

Tel·lúric «Arcanos de Akashia» se muda a una editorial de autopublicación, que hará una revisión de calidad de cada página y mostrará una imagen renovada de todo su aspecto.

No perdáis la oportunidad de conocer la reedición, seguro que os encantará.

¡Os espero!

Tierra de nadie

Juanjo Reinoso, 2018

INTROITO 

 

SNVI: Lilith, por obra del destino vino a convertirse en la primera mujer: esposa de Adán antes que Eva.

SNSVI: Formados por la tierra primigenia. Dios creó al hombre, a su imagen y semejanza: varón y mujer.

SMNGLOF: Pero aunque esto los convertía en iguales, Adán nunca estuvo satisfecho con la situación y  exigía un estatus de subordinación.

LILITH: ¿Por qué he de acostarme debajo? Yo también fui hecha de la misma tierra, y por lo tanto soy tu igual.

SNVI: Los lamentos de Lilith no fueron escuchados y decidió pronunciar lo impronunciable.

SNVI, SNSVI, SMGLOF: El nombre completo de Dios.

SNSVI: Huyó del Edén convirtiéndose en un demonio nocturno.

SNVI: A orillas del mar Rojo se entregó a la lujuria.

SMNGLOF: Dando origen a los Lilim.

SNVI: En las extensas praderas donde los gatos salvajes se unieron a las hienas y los sátiros tocan el Aulós; allí es donde reposa Lilith.

SNSVI: Confunde a los ángeles destructores, los espíritus bastardos, los demonios y todos aquellos que golpean de manera súbita para desviar su entendimiento y desolar sus corazones.

SMNGLOF: Mientras el cielo aún decide su castigo.

SNVI, SNSVI, SMGLOF:  Nosotros somos los encargados de traerla de vuelta.

 

 

En escena dos sillas a izquierda y derecha.

La silla de la derecha está cubierta con una tela blanca invadiendo casi todo a su alrededor, se extiende en las alturas hasta crear un vano a varios metros por detrás, otorgando una verticalidad que lo asemeja a las catedrales góticas.

La silla de la izquierda se cubre con una tela granate intensa, desgastada y raída. A diferencia de la blanca esta no se alza en las alturas y crea un pasillo a ras de suelo que se extiende un par de metros por detrás.

En el centro un montículo de tierra que media entre la silla de la izquierda y la de la derecha.

Por la entrada de la izquierda, la marcada por la tela granate, aparece una mujer de mediana edad, alta, delgada, pelirroja y de piel blanquecina. Lleva un camisón gris que le cubre hasta las rodillas y deja los brazos al descubierto.

Se sitúa encima del montículo de tierra y parece experimentar una sensación de placer.

 

LILITH: Recuerdo las praderas verdes donde solías llevarme cuando éramos jóvenes. No he vuelto a ver tierras tan puras como las de aquellos prados. (Juguetea con la tierra llevándola de una mano a otra).

Me repetías que yo sería la única, lo repetiste tantas veces que acabé creyendo que las tormentas que empezaban a estallar eran simples temores infundados por los que no debía preocuparme. (Pausa y sonríe) Fueron años bonitos.

(Se sienta sobre la tierra y comienza a cubrirse con ella) Nunca supiste que es la pureza. Algo tan bello como la tierra nunca debía ser contaminado, existe para dar vida y tú solo pretendías infectarla con la injuria y el poder.

La tierra ofrece el sustento, la parte vital para comenzar el ciclo. Tenías que cuidarla, amarla y respetarla, ¿y qué hiciste? Someterla con la palabra, aplastarla con la petulancia, fecundarla con la podredumbre… Fuiste un miserable. (Restriega la tierra por sus pechos y por su cara) Yo te quería.

Pero nunca te culpé. Te quise por lo que eras, porque nuestra verdad era distinta: se componía de soledad, resignación, aceptación  y (pausa) ahí estabas, día… noche… esperándome… con la mano extendida, sin esperar nada a cambio (se sienta sobre la silla cubierta de tela blanca). Nunca podría culparte. (Acaricia la tela en un movimiento lento y suave) Pero lo hice.

Se levanta de un salto de la silla y comienza a limpiar todo su cuerpo con las manos.

¡Lo hice! Porque aunque pareciera un cuento de hadas tú nunca quisiste comprender, ¡Nunca! Pensabas que todo giraba alrededor tuyo, que eras merecedor de la sumisión y sin embargo, yo… ¿yo?, era un desecho impuro, indigno, vacuo. Que equivocado estuviste, que ceguera… ¿Qué te hacía creer que estabas por encima de mí?

(Agarra la silla cubierta con la tela granate y coloca su pierna en el asiento)  Nunca te gusté, porque era demasiado atrevida para ti… te creaba demasiados problemas y solo querías estar tranquilo en tu trono.

 

El vano que funciona como puerta de la derecha se ilumina de repente, dándole un aspecto divino, angelical. Lilith se percata y corre hacia el montón de tierra.

 

¿Por qué me llamas? ¿No tuviste suficiente con desterrarme al olvido? Parece que no recuerdas el dolor y el sufrimiento que me hiciste pasar. Me condenaste a una muerte segura… pero sobreviví. Creías que el abandono me haría volver, pero encontré el amor en brazos de otros hombres. Ellos no me pedían nada a cambio, solo ser yo… y me querían por ello.

Viví y disfruté con tantos como pude, fecundando este cuerpo renegado del cariño que tú nunca supiste dar y no me arrepiento, lo volvería a hacer miles de veces.

Pero me sigues llamando, como la cría de ballena reclama a la madre en las profundidades del mar, esperando la respuesta en la inmensidad sin saber si ha sido abandonada o es un juego macabro de supervivencia.

Yo te quise (acaricia la tela blanca de la silla recostándose a los pies) Recuerdo tu cuerpo cálido abrazarme, me hacías sentir protegida. Me gustaba como coqueteaban tus dedos con los rizos de mi pelo y creerme mujer; con halagos, besos … Todo podía haber sido perfecto.

Cuando Lilith se percata que está siendo invadida por la tela blanca se deshace de ella con rapidez arrastrándose por el suelo hasta salir de su alcance.

¿Perfecto? Nunca lo fue. No hay perfección en la imposición y fuiste el mayor inquisidor que juzgó mis debilidades, sabiendo que nací con ellas… es miserable aprovechar las carencias para imponer una dictadura.

(Abraza la tela granate) Estoy repleta de odio y mi única cura es olvidarte, pero no puedo. Te aseguraste bien de marcarme a fuego e intentar destruirme por dentro para ser la perfecta compañía. ¡Te odio! ¿Qué me hiciste? (Llora)

De nuevo otra luz marca, desde otro ángulo, la entrada blanca que ahora luce más briosa y pura. Lilith la ve, se levanta lentamente y va hacia ella, deteniéndose cuando sus pies se topan con la tierra.

Querías que fuera algo que desconozco. No nací para ser una sombra de mí misma, llegué a este mundo para presenciar el universo con tu misma mirada, a la misma altura y con los mismos deseos. No soy menos, nunca lo fui.

Creíste que tu fuerza te posicionaba en un pódium y que el derecho a la réplica era una cualidad exclusiva de tu narcisismo, pero estas manos tienen cinco dedos como las tuyas, estos pies y mi rostro… no somos diferentes.

La belleza se encuentra en aquellos hechos que concluimos designar como el acto más puro… para algunos puede ser la mayor fealdad que el mundo destina, para otros, la manifestación más corpórea de un milagro.

(Lilith se sitúa detrás de la silla de tela blanca y agarra con firmeza el respaldar) Tú fuiste mi milagro, esculpido con las manos divinas que dieron vida al universo. Nadie cuestionó tu supremacía, por ello creíste que no existía nada que estuviera por encima y te equivocaste… (pausa) Te equivocaste.

Sale de la zona de tela blanca, esta vez más decidida y sin esfuerzo. Anda con lentitud pasando la tierra y topándose con la tela granate. Se reviste con ella ocultando todo su cuerpo menos la cabeza y se sienta en la silla de la izquierda.

El odio me alimenta. De él me valgo para seguir cada día con la esperanza de verte desaparecer, a ti y a los tuyos. Borrar de la faz de la tierra todo recuerdo de tu existencia, dejar los prados libres de tu pestilencia y fecundidad. Desprenderme de este lodo cancerígeno que nos une y … descansar.

Empezar a vivir sin el miedo a ser reclamada como el trofeo más digno de una cacería. Nunca comprenderás como me hiciste sentir.

 

Una última luz enfoca la puerta divina, esta vez el haz recalca el pasillo, dejando lo demás a oscuras. Lilith sigue envuelta en la tela granate, se desprende de ella y alza la mano intentando alcanzar la entrada iluminada, aunque está anclada en su posición.

 

Me gustaban aquellas praderas verdes donde me llevabas cuando eramos jóvenes. (Recoge un puñado de tierra y lo deja caer simulando un reloj de arena)  Nunca volveré a ver tierras tan puras como las de aquellos prados.

Lilith comienza un camino hacía la entrada de la izquierda, cuando está justo en el vano se vuelve para observar por última vez la puerta iluminada.

Yo te quise.

 

Sale por el vano de la izquierda.

El sueño de Tut

Juanjo Reinoso, 2010.

I

El crepúsculo abrazaba la superficie de la tierra, mientras el manto luminiscente otorgado por el sol empezaba a desaparecer dando paso a una neblina grisácea y poderosa. Las estrellas, como piedras, aparecían en un cielo perezoso y las colinas coqueteaban con neblinas venenosas. Las formas alargadas les hacían parecer una extensión difusa de una antorcha azotada por un vendaval y eran escoltadas por líneas profundas que dividían su contorno en partes simétricas que se desprendían y volvían a adherirse en un movimiento ondulante. Las brillosas manifestaciones del cielo caído se mantenían en grupos de tres, conservando una pasmosa simetría que dibujaba una malla luminiscente de puntos construyendo una bóveda sobre todo lo visible. Algunos árboles parecieran desprender fuegos fatuos a causa del color rojizo y negro del sendero marcado por el sol. Las cuatro esquinas de la Tierra estaban rojas. 

Masas se agolpaban en vías marcadas, brillantes como estelas de plata. El hedor a confusión diluviaba entre aquellos amasijos de formas, la oscuridad estallaba en todos los rincones del horizonte. Resina goteaba desde el cielo bañando una tierra pestilente; a miedo e ira.


Tut despertó, mientras los rayos matutinos bañaban la columnata lotiforme; parte central de los aposentos. Su respiración entrecortada dejó escapar un silbido, poco después se incorporó junto a la cama en posición sedente. Su vista volaba a través de la abertura acortinada, admirando el Gran Río y la mayor parte de la ciudad de Uaset. Sus dedos acariciaban la delicada tela de su Schenti, única prenda que vestía, sintiendo los pliegues marcados con el rozar de sus yemas.                

Unos pasos se oyeron a través de los muros, su destino era sin duda la habitación de Tut, se detuvieron cerca de la entrada, como si algo impidiera el paso a la columnada sala. Pasaron pocos segundos cuando retomaron su crepitar habitual y una sombra apareció tras los cortinajes translucidos.                

—Hemet Nise Ueret. —Su eco tomó el aposento como un galopar de caballos.                

Con gesto de aprobación el visitante dio media vuelta y desapareció. Tut incorporó su esbelto cuerpo, semejante a un papiro a punto de quebrarse, acarició su cabeza rapada y avanzó hasta el pie de una columna, marcando sus dedos en grabados ceremoniales de coronación, centrándose en el Sejemty, la tiara unificadora del reino. Examinó cada rincón del curioso símbolo leyendo lo que precedía, poco después encarnó una sonrisa desaprobadora.          

El asombro de Tut se manifestó al girarse: dos sombras en la entrada, tras el gran cortinal, esperaban.                

—Hemet Nise Ueret, mi señor. —La silueta exclamó la misma frase, giró sus brazos a la imagen contigua e inclinándose desapareció en la oscuridad de fondo.

—Ank, hoy de nuevo mis sueños me turban —sinceró Tut a la imagen.                

—Tus sueños pronto dejarán de atormentarte joven esposo, la presión del reino y este largo ajuste te agota —contestó apareciendo a la vista de Tut. Una belleza descontrolada brillaba en el rostro de Ank, su tocado negro caía apenas rozando sus hombros y el fondo oscuro de los párpados resaltaba el color turquesa de sus ojos, semejante a una joya de lapislázuli. Un Kalasiri adornaba su silueta, ceñido como una segunda piel de fino lino, explotando aún más su atractivo natural.                

—Necesitas un descanso Tut, puedes desahogar tus responsabilidades en otras personas igualmente cualificadas. Mi abuelo Ay demostró ser un gran administrador en el periodo de vuelta a Uaset desde Akhetaten —desveló con tono preocupante Ank.                

—No son de mi agrado las formas de tu abuelo, es un ser ansioso de poder. Al igual que Horemheb, que por suerte tengo ocupado en la guerra con los Hititas —sentenció.                

Ank no mostró algún asombro a la respuesta de Tut, el saber de sus pensamientos y el parecido físico y divino del padre de ambos devolvió una sonrisa a su rostro.                

—Somos hijos de Aj —rio Tut.

II

La muchedumbre se agolpaba ante una basta construcción de piedra caliza policromada. Las robustas columnas recaían en bases redondas y sus capiteles, en forma de palma, sustentaban un dintel tallado. Un balcón coronaba tan grandioso escenario y desde la pequeñez humana varias formas se asomaban a la inmensidad de Uaset. Tut apoyó su mano en la roca y vislumbró la multitud que invadía los huecos de edificios colindantes. Palpó a Uraeus mientras deslizaba su mano por el Nemes que coronaba, acto seguido la colocó sobre el Horst anclado a sus hombros y agarró la placa dorada del collar pectoral.

Su cuerpo corvado se incorporó de manera casi mágica, sus extremidades pronto tomaron robustez y cruzó los brazos dejando ver a Nejej y Neka. La mancha negruzca empezó a gritar encadenando frases de admiración a su Dios hecho hombre.


El nerviosismo se evidenciaba en Ay, llevando sus pasos hacia la figura musculosa de su hijo Minjat. Frunciendo el entrecejo marchó por el vano lateral hacia un largo pasillo.                

—¿Cuánto más aguantaremos esta farsa? —preguntó Ay sin cruzar miradas. Minjat escuchó, daba su aprobación con gestos serenos. Su cuerpo eclipsaba al de su padre.




III


Los surcos de la Tierra galopaban la superficie como vendavales, rompiendo las rocas en una espuma incandescente. Grandes meteoritos amasaban la superficie, destrozando las esferas luminiscentes en avanzadilla. La corteza marrón se quebraba al paso del grande azul, acunando un baile de vaivenes deformes. Cuerpos mutilados se agolpaban por doquier, los vivientes tornaban su piel brillante y su rostro salvaje: orejas puntiagudas y hocico alargado. Las bestias descargaban su furia sobre formas acuosas que surgían de las profundidades azuladas invadiendo la masa terrestre, explotando hasta convertir su corporeidad en vapor de agua.La lucha se manifestaba en cada rincón visible; engullendo toda construcción bajo la acuosidad de la violencia desgastadora y abriendo sus fauces eliminaba rocas, arcillas, plantas, árboles y cualquier forma que estuviera a su paso.               

El aire viciado reflejaba las luciérnagas que escupe el cielo, atrayendo el día en la noche. Un dios redondo de brillo solear lanza miles de brazos al devastado lugar, abrazando a los supervivientes.               

De nuevo la noche; sólo existe oleaje.



Un grito retumbó en la habitación. Tut secó su frente con la palma de la mano. Saltó del catre corriendo hacia un cofre perdido en el rincón; al abrirlo apareció una tablilla tallada con la imagen de Aten: Un sol con miles de brazos acariciando a los creyentes.                 Recordaba que pertenecía a su padre, siendo el único recuerdo que pudo conservar del traslado de Akhetaten. A los pies de Aten, en talla serena, Aj y su séquito lo admiraban, mientras un largo texto advertía:


«Oh, grandes padres, que después de haber sembrado frutos escogidos sobre una tierra árida e inculta nos habéis abandonado, como flores sin rocío. Guardianes de una tierra en crecimiento, llegue hasta vosotros este canto de espera y dolor. Las mieses ya están maduras, los árboles han crecido produciendo en abundancia. Nuestro deber ha terminado. Los hijos de nuestros hijos, nacidos en el surco de una tierra extranjera, olvidaron vuestra promesa, pero nosotros, fruto de la sabiduría llegada del cielo, no hemos borrado de la mente vuestro rostro y cada día y noche que esta tierra concede, escrutamos atentos las nubes esperando veros volver sobre carros de fuego, a recoger lo que habéis dejado».



IV


Anana, el escriba, ordenaba papiros en estantes cercanos, sus hábiles manos apuntaban en orden la información que sustraía de una pila a su izquierda. El Per Anj reunía toda la información de Uaset extendiéndose en hilera hacia el sur. Unos de los edificios más valiosos de la ciudad. Un halo de luz cortó la oscuridad del pasillo central y el viejo pretendía distinguir, entornando los ojos, la figura alargada que se aproximaba.

Anana llevó su huesuda mano a la frente, pretendiendo tapar la luz inexistente; fue en vano, ya que no pudo distinguir nada hasta tenerlo a pocos pasos.


—Saludos, viejo Anana —adelantó Tut. El viejo no mostró interés, agachó la cabeza siguiendo su labor diaria.

—¿Cuál es el motivo de la visita de nuestro rey? —prosiguió pasando papiros a un cubo alargado.                

—He soñado con el único Dios de mi padre —desveló Tut mostrando una firmeza hierática. Anana levantó una de sus cejas, encorvó la espalda y paralizó sus manos

—A los ojos de los hombres, Dios tiene muchos rostros y cada uno jura ver el único y verdadero, pero se engaña pues todos esos rostros son el de Dios.

El rey temblaba, sucumbía a la confusión de su existencia y no resistía la incógnita de sus sueños. Pareciera que Tut buscara alguna pregunta con sentido.

—¿Qué son estos sueños?

—El hombre revive varias veces, pero sin saber nada de sus vidas pasadas, salvo, en un sueño, cuando el pensamiento le transporta hacia un acontecimiento de una encarnación precedente. Pero lo ignora, no sabe dónde ni cómo se produjo, solo experimenta una sensación familiar —respondió el anciano a la inquietud de Tut.                

El joven monarca dejó caer su peso en el estante donde Anana apilaba decenas de papiros, apartó con la mano un bloque de ellos cruzando la vista con el escriba.

—¿Es mi vida pasada?

—Los hombres no viven solo una vez para desaparecer. Viven varias vidas en lugares distintos y entre cada una existe un velo de tinieblas. —Anana volvió a colocar el bloque de papiros tapando al rey.                

Tut disimulaba la quietud protocolaria de su rango, pero de poco servía su experiencia hacia el hombre más sabio del Per Anj.

—¿Qué vida pasada atormenta mis noches y este sin vivir? —sollozó Tut inmerso en dudas.                

Anana apartó con trabajo un grupo de escritos unidos a un cordel, contaba el número y murmuraba hasta completar la decena.

—Las almas de una encarnación, tal vez se encuentren en otra encarnación y será como su fueran atraídos por su amante, sin que podamos comprender el porqué. —El viejo avanzó acercándose a Tut, tan cerca que podía oír los latidos del escriba. Contempló la estela traslúcida que cubrían sus ojos hasta poder leer su mirada—. Cuando llegue tu fin, todas las puertas se abrirán y podrás contemplar las salas por donde han pasado nuestros pies desde el comienzo del mundo.




V


La noche reinaba en cada rincón de palacio, las habitaciones se mostraban desnudas y decenas de cofres se agolpaban en el vano principal de salida; la sensación de abandono era evidente. Decenas de sirvientes se apresuraban a cargar todas las pertenencias del rey, llevando hacia el exterior todo equipaje apilado.                

Tut apoyaba su hombro contra el muro mientras observaba el baile de idas y venidas. Jugueteaba con varias piedras, pasándolas de una mano a otra.


Minjat invadió, junto a Ay, la tranquilidad de Tut, mostrándose como coloso ante el monarca.

—Minjat, eclipsas la visión de tu rey, agradecería mostraras más respeto hacia el que puede mandar cortar tu cabeza —amenazó Tut hacía la robustez del soldado.                

Ay se iluminó dejando atrás la oscuridad proyectada por Minjat, rezumaba enfado en cada ángulo de su mirar y enrojecía al tono altanero de Tut.

—Intuía la locura de Aj en ti, pero nunca pensé que heredarías la estupidez de Kiya.

—No pretendas estar en posesión de la verdad. No sirve de nada tu labor administrativa antes de mi llegada, ya que sucumbiste al poder de los sacerdotes de Amón llevando de nuevo a Egipto a la mentira.                

—Estas pensando volver a Akhetaten y es mi deber advertir que demasiados intereses nos atan a Uaset. —Ay petrificó su postura ante Tut, esperando las disculpas del rey.                

—¿Qué intereses Ay, los tuyos quizás? Conozco bien tus aspiraciones —profetizó Tut ante la asombrada pose del antiguo administrador. Ay clavó sus ojos en los de Minjat pasando la mano por el hombro de su hijo, dio media vuelta y con pequeños pasos desapareció en la neblina de palacio.


—Soldado, puedes volver sobre los pasos de tu padre y dejar mi calma intacta. No tientes a la suerte, ¡márchate! —ordenó Tut a la imagen esculpida de Minjat. El soldado pareciera ser de piedra, ningún movimiento podía observarse en la calma de la habitación vacía.

Los sirvientes desaparecieron y la noche olía a incógnita. Tut no dejaba de observar el descaro de Minjat y tiró las piedras al cuerpo del guerrero; no provocaron ningún daño a la figura colosal que cada vez se hacía más fuerte. Un puñal brilló en la oscuridad reflejando la figura redonda de la luna. Minjat agarró el cuello de Tut alzando su cuerpo en el aire, poco después insertó el arma en la parte interior de su muslo izquierdo.                

Un escalofrío recorrió cada rincón del monarca, el tiempo transcurría lento y solo observaba la imagen borrosa de Minjat antes de desvanecerse.

                El Gran Río serpenteaba en la llanura verde que precedía al horizonte eterno del desierto. Un sol próximo dejo caer sus rayos; de ellos nacieron manos. La tranquilidad del verdor fue invadida por las formas humanas, al nacer de la luz.Una nueva tierra olía a esperanza, mostrando el fruto de la vida en un páramo muerto.Las llanuras despobladas eran familiares, dibujaban cada recodo de los límites de Akhetaten.